-“Pídele
al Padre, que así como te dejó ver la oscuridad, te muestre la luz”-. Sugirió Rey a su primo. Pues la lobreguez metafísica había sumido al
pobre Claudio en un doloroso encuentro con lo inteligible del mundo psíquico, materializado
en el universo natural, haciendo de aquel hallazgo algo insoportable y
angustioso… similar a lo que expresa la obra: El Grito, de Edvard Munch.
Seis meses antes de que la angustia existencial
incapacitara a Claudio, y cuando éste, se dirigía a su trabajo, observó en la
cima de un pequeño cerro, a dos seres gigantescos parecidos a humanos, pero de aproximadamente
cuatro metros de alto cada uno. Eran macho y hembra vestidos de gris y mirando
fijamente a la ciudad. Claudio ante la impresión, intentó detener su campero,
mas, el instinto de supervivencia ante lo desconocido y posiblemente peligroso,
pudo más que la curiosidad; por lo cual, aceleró, llegando más temprano de lo
normal a la estación de servicio, no obstante, sobrecogido ante tan raro
encuentro.
Seis meses después de aquella extraña confluencia, el pánico
se apoderó de Claudio por otros seis meses más de espantosas sombras. Enormes
moscas de cabeza roja hacían presencia circunstancial en su casa. Voces
internas lo inducían al suicidio. La angustia en su pecho era cada vez mayor y
Claudio ya no soportaba más. Nadie entendía su dolor, salvo su madre y Negra,
una labradora que ladraba intensamente mirando al techo, como si supiera que
algo extraño había más allá de aquel.
Una noche, la angustia era de tal magnitud que Claudio
sin ser creyente e incluso, poco más o menos ateo, pues siempre solía decir: “creo en Dios”, frente a su madre, para
evitarle molestias, “pero dudo de su
existencia”, para sí mismo. Así y todo, esa noche se arrodillo ante su progenitora
y le suplicó de corazón que le impusiera sus manos y lo exorcizara. Ella, muy
creyente de la religión y de lo sobrenatural, justamente lo hizo, realizando
una oración a la sangre de Cristo y ordenando en nombre del Señor, que fuera lo
que sea, dejara en paz a su hijo. Por un
instante, Claudio descansó y se preparó para dormir, no sin antes haber
recibido un rosario de manos de su mamá.
Esa noche, Claudio vio salir de sus adentros la
lujuria, pero distinta de aquella mujer hermosa, que en varias manifestaciones
femeninas, sucumbía al pobre en los delirios del sexo, cuando éste, prostituía
su corazón en lupanares estrato cinco; sino que esta vez, aparecía como lo que
era, una verrugosa peluda y sucia, de la que Claudio asqueado arrojó al suelo. Igualmente, vio salir de su cuerpo al demonio
del alcoholismo, aparentado un hombre flaco y alto; al que en sus desvaríos y
envalentonado por los ruegos de su madre, partió en dos con una espada de luz, y
de cuyas dos mitades, en vez de sangre brotaron sombras. La de un pájaro
inmenso que voló sin que nada lo proyectara en tierra, y la otra, la de un monstruo
que apretó del cuello a Claudio, hasta casi asfixiarlo.
-“Padre
Santo, por favor enséñame la luz”-. Exclamó Claudio al Vástago
de vida, mientras sostenía en sus manos el rosario exorcizado que
inmediatamente comenzó a brillar y crepitar como brasas de fuego. Entonces,
sintió que la tierra se abría y que caía en un sin fondo hasta que fue sujetado
por una fuerza e impulsado como por un túnel de espacio tiempo, oscuro pero a
su vez iluminado por miles de millones de estrellas. De pronto se detuvo ante
una imagen parecida a una esfinge plateada. Rápidamente, observó a través de
los ojos de un imperecedero y vio que era una formación de naves, un conglomerado
de estaciones espaciales que en conjunto y dispuestas de tal manera, que a lo
lejos daban la impresión de ser un gigantesco león metálico. Cada estación
contaba con ciento cuarenta y cuatro mil habitantes y era la tribu de Judá.
-“Los
imperecederos del futuro somos conscientes de nuestra inmortalidad, mientras
que ustedes los mortales pretéritos, sólo de la muerte; o sea, de la ficción de
los arcontes”-. Desde sus adentros, le habló el
imperecedero a Claudio. Y en ese momento comprendió lo paradójico del tiempo,
del tejido existencial. Que así como es factible hablar con los que todavía no
nacen, aquellos se comunican con los muertos.
Además, reconoció al inmortal como el gigante macho del cerro, pero esta
vez vestido de blanco y en vez de mirar a
la ciudad que ya no existía, veía al león de Judá que flotaba en el
espacio.
–“No
temas a las sombras, pues los demonios son constructos mentales, artificiales, nanotecnología
interpuesta por los arcontes en la mente humana, con el fin de distraer al ser
de su evolución verdadera. Tú
eres un ser de luz como nosotros y en el momento oportuno seréis tele-transportado
a nuestro reino”-. Telepáticamente
hablo la mujer, que doce meses antes, Claudio había visto en el cerro. En ese
preciso instante comprendió que los
arcontes eran los portadores de luz, o más bien, secuestradores de luz, de la luz
de Sofía, es decir, de los humanos. Entendió
también, que aquellos eran dragones descendientes de los dinosaurios. Y que aunque
habían evolucionado en un universo paralelo al suyo; habían co-creado el
universo humano e implantado su semilla genética en él. Sin embargo, el destino
trazado para el orbe de Claudio era el hombre; por ende, un enorme asteroide
acabaría con los gigantes, hijos de los ángeles en la tierra, los inmensos
dinosaurios. Ahora bien, la roca que pondría fin a la progenie de Shemihaza y
daría vida a los vástagos de Adán y Eva, o sea, Seth y su linaje, sería la
piedra de fundamento, arrojada a la tierra por el Cristo, hijo del hombre y creador
de los humanos, descendiente y a la vez, ascendiente de Seth.
-“Es
de suma importancia que sepas que ha habido una gran guerra en el cielo, entre
los portadores de luz liderados por Shemihaza y los egrégores o vigilantes
antiguos versus los santos del supremo, gobernados por Enoc, el escriba
celestial; que después se prolongaría en una lucha cósmica entre el Cristo y
Caín-Satanás, por el rescate de los humanos”-. Le
habló telepáticamente el hombre. Por consiguiente, Claudio entendió que Lucifer
o los portadores de luz, aliados con Samael, Miguel y Adán quisieron tomarse el
cielo por asalto, en una devastadora lid del futuro contra los Santos
descendientes de Seth. De tal conflicto, derivó el control de las
posibilidades, en otras palabras, el establecimiento del destino; la evolución
tecnológica derivada de la cultural permitió tales cosas, para ello, se dieron
varios golpes al tejido existencial provocando cambios históricos en las bases
del universo o paradojas cuánticas a razón de la potenciación de la conciencia.
Verbigracia, contra la piedra de fundamento se provocó el diluvio universal, en
retaliación contra los hombres por la extinción masiva de los saurios; así como
la muerte del Cristo, un aparente triunfo de los arcontes, abrió un portal de
escape para los humanos y una batalla intestina entre los Dragones.
-“Los
hombres fueron engañados y utilizados como armas psíquicas por los dragones.
Pero una vez Jehová de los ejércitos terciara por los Santos del supremo.
Samael y Miguel traicionarían a Shemihaza y negociarían con Jehová una rendición
justa para ambos”-. Habló telepáticamente la mujer. En
consecuencia, Claudio supo que a Miguel y los ángeles, les fue otorgado el
título de nuevos vigilantes de la creación; mientras que a Samael, se le
respetó el poder sobre sus doce reinos, entre ellos el séptimo cielo, es decir,
el universo de los humanos y el control sobre los hombres. Así como el de carcelero
para Shemihaza y los doscientos egrégores, en el quinto infierno de
Belías.
-“Samael
violó a Eva y de aquella aberración nacieron Caín-Satanás y Abel el justo. Pero
Caín-Satanás mató a Abel y con ello, tácitamente, derrocó a Samael del trono”-.
Profirió telepáticamente el hombre. De modo que, Claudio entendió que los
dragones habían intervenido genéticamente a los humanos, generando unos
híbridos denominados grises. De ellos, destacó Caín-Satanás, señor del sexto
cielo de las regiones de abajo, que con la captura del séptimo firmamento y la
muerte de Abel, se apoderó tácitamente de los otros diez reinos restantes; pues
Jaldabaoz Saclas Samael, nunca dijo ni hizo nada en contra de aquella conducta,
simplemente se perdió en la historia del tiempo, con un perfil bajo tras la
sombra de su hijo, el nuevo lucifer.
-“Caín-Satanás,
el reciente rey del inframundo, creó las regiones intermedias, donde los
hombres “muertos” perdieron la conciencia y quedaron bajo su potestad como
vacas de alimento; al igual que los hombres “vivos” en el séptimo cielo-. Habló
telepáticamente la mujer. Por tanto, Claudio comprendió que los dragones y los
grises, cual vampiros energéticos, se han alimentado siempre del terror humano,
de allí, el fomento de su parte a las guerras, la desigualdad social y el
sufrimiento, valiéndose de la posesión mental o diabólica de los principales
lideres mundiales como Nemrod, Nabucodonosor, Alejandro, Julio César, Calígula,
Nerón, Gengis Kan, Napoleón, Hitler, Stalin y muchos otros más hasta el último
anticristo, creando además un círculo vicioso de manipulada existencia… Todo a raíz del infierno conceptual del hombre…
Ahora bien, pretender huir del séptimo cielo a través del suicidio es como
evadirse de una cárcel por las cloacas, pero quedarse para siempre atrapado en
ellas… pues al final, las regiones intermedias son peores que el mundo creado
por Jaldabaoz.
-“Pero
el Cristo se ofreció ante el Padre para salvar a la humanidad de la ignorancia y
la ignominia del diablo. Por lo cual, vino a la tierra desde el mismo reino
celestial de Barbelo. No, sin que antes, el diablo intentase sobornarlo y ante
su negativa, lo asesinara de la manera más brutal entre torturas y humillación;
sin embargo… ¡La luz de Sofía debe retornar a Sofía!”-.
Exclamó telepáticamente el hombre. Entonces, Claudio infirió de aquello, que el
Cristo con su muerte, abrió un portal cósmico entre las regiones intermedias y
las de arriba, rescatando a los hombres “muertos”
desde el padre Adán hasta el último difunto de aquel tiempo; además de dejar
aquel portal abierto para que los hombres “vivos”
también puedan escapar, apoyados por los nuevos vigilantes, una vez se aparten
del séptimo cielo, esto se conoce como el desgarramiento del velo del templo. A
raíz de lo anterior, Caín-Satanás sucumbió ante un levantamiento de los otros
demonios y fue condenado a mil años de prisión.
-“¡El
universo primigenio se expandió y colapsó y se expandió de nuevo! ¡Ichthys! ¡Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador!”-.
Exclamó telepáticamente la mujer, e hizo la imagen del pez en el vacío.
Para Claudio era claro que el universo primigenio
había nacido de una onda/partícula, del colapso de función de onda, provocado
por el Gran Observador (en un eterno océano de energía psíquica, de conciencia
universal); y luego de la explosión y la implosión del universo, se expandió
nuevamente, pero esta vez para siempre, abierto como la cola del pez, en
contraposición a su cuerpo cerrado en sí mismo. Ahora bien, de esta expansión
agobiada por el gran desgarramiento cósmico, en la primacía de los agujeros
negros y su radiación, aflorarían otros universos, pero esta vez todos, sin
excepción, abiertos. De allí la existencia de estrellas más viejas que el
universo. Esto en cuanto a la realidad natural implícita en la evolución
material y biológica; pero en consideración al hombre y su pensamiento, la
realidad incorpórea y compleja de la política y la cultura, diferían de la
idealidad metafísica del ser y su evolución espiritual aunque de alguna manera
se engloben al final en una misma sustancia. Porque, la esencia/existencia de
cada ser, reconociéndose como tal, es un pequeño observador, un hijo de Dios, capaz
de crear nuevos mundos, tanto físicos como metafísicos, en un vórtice
ascendente evolutivo, que en conjunto con los otros estadios de evolución, se
acerca trascendentalmente al Espíritu/Dios, al Gran Observador, en toda su
plenitud metafísica y espiritual; a diferencia de la de-coherencia o eterno
retorno, al que habían sido inducidos los hombres por los arcontes, con la
imposición del infierno conceptual en ellos. En otras palabras, la
esencia/existencia del ser debe girar natural y metafísicamente en un vórtice
ascendente de evolución clara, gnóstica sin la mancha de la carga de la
ignorancia impuesta por los arcontes, que implica la de-coherencia y por ende,
la involución del ser en un círculo vicioso a guisa de un agujero negro.
-“Lo
que concibes como muerte en la tierra implica una forma natural de tele-portación
del ser; o sea, el traspaso de la información del ente, bajo el principio de
interacción cuántica, lo cual implica la muerte del sistema copiado y la vida
de la copia en otro sistema (imagen-ángel). En otras palabras, cuando seas
tele-transportado, aparentemente morirás en la tierra, pero tu copia
sobrevivirá y resucitará en la estación espacial que te atañere y ya no, en las
regiones intermedias como por mucho tiempo le ha ocurrido a la humanidad”-. Habló
telepáticamente, el hombre.
Ahora bien, Claudio observó entre el túnel y miró dos
segmentos espaciotemporales. En uno, se vio a sí mismo, pero transformado
físicamente, era un gigante de cuatro metros, sabio, hermoso, con un aura de
luz destellante, ataviado con túnica blanca y poseía en sus manos un libro.
Pero en el otro segmento, se vio en un ataúd, pálido, frio, muerto; mientras
que su madre lloraba inconsolablemente su deceso. -“la energía no se crea ni se destruye sólo se transforma… e ahí la
entropía, en cuanto a la transformación, y aunque el desorden parezca imponer
su fuerza, nunca habrá tanto frio en la expansión del universo, como para que se
alcance el cero absoluto y no aflore de la nada una partícula de la que nazca
otro mundo, pues siempre habrá energía disponible… Y Dios es la fuente infinita
de energía psíquica”-. Habló telepáticamente la mujer.
-“Claudio
ha mirado un haz de luz y su respectiva oscuridad”-.
Pensaron los humanos gigantes del futuro. En consecuencia, se generó una gran
explosión en el gélido instante del universo pasado… Un nuevo mundo se abrió
ante los ojos de Claudio y un sentimiento de felicidad y amor lo llenaron a tal
punto de sentir a su madre junto a él, caminado a su lado por un bello sendero
bajo una lluvia de paz y sabiendo un futuro cierto, donde el hombre y la mujer han
sido destinados a ser dioses… Mientras que a lo lejos, el hombre y la mujer
veían a Claudio y su madre, entre los ciento cuarenta y cuatro mil habitantes
de la estación espacial 2016, del gran conglomerado de Judá.
En aquel momento Claudio comprendió que el prójimo es
uno mismo y que Dios somos todos… que el
espíritu de Jehová en cuanto amor es el Cristo y en tanto castigo
Lucifer-Satanás… Pero sobre todo, que Dios está por encima del bien y del mal.