La olla y el duende
Hace mucho tiempo... Por allá en la década
de los ochenta. Cuando una cantidad de acontecimientos fulguraban en la historia
de la humanidad, como fuegos artificiales en la noche del mundo... Dos niños,
al otro lado del lugar, partieron juntos hacia una gran aventura al oriente de
su pequeño pueblo blanco, muy lejos del mar... El objetivo: hallar el tesoro
del duende al final del arcoíris, después de una mañana de lluvia inclemente,
con sol al final de la borrasca.
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“Dicen que al final del arcoíris hay
una gran olla de oro custodiada por un duende. ¿Tú qué crees Félix?”. Preguntó Franklin a su amigo de
aventuras.
-
“¡Ummm! Pues no sé. Seguramente. Tal vez el viejo
Salvador lo sepa, por qué no le preguntamos”. Respondió Félix.
-
“Sí, vamos...”. Dijo
Franklin.
Los dos niños llenos de incertidumbre
fueron hasta la casa de su amigo, el viejo Salvador. Un ex-policía, medio alcohólico
y fumador, que no era tan viejo como aparentaba; no obstante, los vicios lo
camuflaban en una senilidad prematura. Además del humo y las borracheras, el
veterano de la violencia política era conocido en todo el barrio por decir
mentiras, o mejor, por contar historias con algo de poca verdad en sus palabras.
-
“Buen día, don Salvador”.
Saludaron los niños.
-
“Buen día, no. Buena tarde, que ya son
más de las doce”. Repuso el viejo con su aliento a cerveza y cigarrillo, en
un coctel asesino de alcohol y nicotina que se desplazaba por el aire
contaminado todo a su alrededor. El viejo notó que los muchachos fruncieron el
seño, como de asco, en el momento en que había abierto la boca...
-
“Por eso nunca fumen ni beban porque la
jeta se les vuelve fétida, como a mí...”. Les habló con
autoridad el viejo; luego de absorber una gran bocanada de humo y después de
tragarse la mitad del vaso de cerveza que había en la mesa.
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“Don Salvador. ¿Es verdad que al otro lado del arcoíris hay una olla de oro y siempre la
custodia un duende?” Preguntó Félix.
-
“¡Oh! Si, y es enorme. La
olla mide entre dos o tres kilómetros de diámetro, es como un cráter pero lleno
de riquezas. En ella hay miles de tesoros, desde el oro de los Nazis, hasta los
brazaletes, cetros y coronas de Ramsés y Salomón. También hay euros... dije: euros...
¿por qué dije: euros...? (Se preguntó, extrañado para sí) ¡Dólares muchachos, muchos petrodólares es
que hay allí...! ¡Ah! Pero el duende si que es malvado. ¡Je Je Je!... También
es verde, como Roberto mi loro y tiene las patas torcidas como la vecina de
enfrente y un sombrero enorme como mexicano, como el de Emiliano Zapata y el de
este Pedro Infante (Emocionado miraba la carátula de un larga duración que
se hallaba en la mesita de la sala)... ¡vaya
que si es terrible ese duende! Sí hasta el mismo Tiro fijo le tenía miedo”.
-
“¡Guau!” Exclamó Franklin...
-
“¿Y cuándo estuvo usted allá, don
Salvador?” Preguntó Félix.
-
“Cuando era joven, muchacho... En una
ocasión yo salía de permiso después de haber combatido en la república
independiente de Quinchía Risaralda, al más temible bandolero de la violencia política
en Colombia: ¡El Capitán Venganza! Mis amigos... Recuerdo que me retuvieron
contra la pared de una cantina, él y veinte de sus lugartenientes, todos
armados de fusil, revólver y machete; yo sólo tenía una granada... y sin embargo, la aprisioné por la espoleta y
le retiré el seguro esperando los disparos y que mi mano se abriera por la
fuerza de las heridas de bala y el consecuente desvanecimiento, para luego
provocar una gran explosión que derribara a mis enemigos”.
-
“Si que eres valiente, policía. Me
dijo, el bandolero, mirándome a los ojos. No mereces morir... Vete... Que
hombres como tú solamente yo y Marulanda
Vélez... No hay más...”.
-
“Así fue que una vez concluida mi
misión de inteligencia en las zonas rojas en las riveras del río Cauca; viajé
hasta una finca en Nariño, cuando me topé con la bestia de un diamante en la
frente. Yo andaba con Orozco, mi fiel perro criollo...”.
-
“¿Qué acaso era chandoso su perro
fiel, Don Salvador?” Preguntó burlonamente el pequeño Franklin.
-
¡Cómo que chandoso, cómo que chandoso! Muchacho
tonto. Si mi fiel Orozco era descendiente
directo de los canes guardianes[1] del Señor de Sipán, provenientes del Asia septentrional, que con los
primeros hombres, llegaron a América después de cruzar el estrecho de Bering. ¡Cómo
que chandoso!
-
“Perdone la imprudencia de Franklin, don Salvador... y
por favor síganos contando”. Suplicó Félix.
-
“Vale hijo... y como les iba
diciendo... Era de noche cuando la luz de mi linterna como claro de luna
iluminó su diamante. La bestia se asustó y huyó por el bosque; no obstante, los
ladridos de mi perro, yo estaba atemorizado y tal vez mareado por la fuerza del
espanto... Llovía a cántaros... Pero que como yo era policía, había llevado una
chamarra conmigo y una lona para protegerme del aguacero... Llovió toda la
noche, muchachos... Yo me hallaba acurrucado junto a un árbol grande y frondoso, mientras mi perro me
daba calor, yo trataba de dormir y de reponerme
del susto...”.
En ese mismo instante el viejo Salvador irrumpió en
una terrible tos que lo puso cianótico en pocos segundos.
-“Don Salvador deje de fumar”. Le dijo Félix. “Si no lo hace por su salud al menos hágalo
por sus pantalones, que están todos quemados por la ceniza”.
- “¡Ah ya cállate chiquillo! Y déjame acabar de contar mi historia, que no
tengo todo el día...”Exclamó el viejo Salvador, sin dejar de fumar ni beber.
- “Bueno allá usted don Salvador”. Lo recriminó
Franklin.
- “¡Ah tú también mocoso! Si no se
callan no les cuento nada”. Amenazó el viejo un tanto irritado.
- “Está bien, Está bien. No se enoje con
nosotros, don Salvador”. Se disculparon los niños.
Una vez recuperado el aliento, el viejo ex-policía, reinició
su discurso. Miró alrededor de la sala de su casa, observó los cuadros de publicidad
de gaseosas y de equipos de fútbol, se centró en uno en especial y dijo:
-
“Verde, verde como el Deportivo Cali. Así es el duende.
Pero más pequeño que el enano Valladares. Pero hace un ruido espantoso como de
diez mil tracto-mulas encendidas a la vez. Y sabe magia el sinvergüenza. Pues
fue discípulo del Egregor Azael. Usa un gran sombrero, como les dije hace rato;
pero por debajo de este esconde un cabello largo, liso y mono, como el de
Brigitte Bardot. En ocasiones anda desnudo y en otras usa un vestido de piel de
Minotauro; al estilo de los cavernícolas, como los Picapiedra. Dicen que la
piel se la regaló Teseo y fue Ariadna la que le coció el ajuar. Lo cierto es
que siempre se jacta de ese vestido... bueno, eso dicen... Lo importante fue que todo ocurrió a la
mañana siguiente del aguacero en la finca. Ya había salido el sol y se había
formado un enorme arcoíris en el cielo. Yo aún estaba un poco empapado las
corvas, pero me acordé del diamante y me fui en busca de él... Caminamos como
mulas con mi perro Orozco, hasta que de repente nos topamos con el final del arcoíris
y con la gran olla de riquezas. Entonces el duende se abalanzó sobre mi espalda
y me arrojó al suelo... Mi perro también se abalanzó sobre el duende y lo alejó
de mí, un poco. Fue una lucha encarnizada, los dientes de mi perro brillaban
cual espadas, refulgían como metal acerado de damasco, pero finalmente el
duende con un acto de birlibirloque inmovilizó a mi cancerbero guardaespaldas. No
obstante, yo aproveche la situación y apercollé
al demonio por la nuca...”
-
“¡Uy!
Don Salvador ¿Y cómo lo hizo?”
Interrogó Franklin.
-
“Con astucia, mi amigo. Que al
diablo solo se le vence con astucia. Esta pequeña bestia jamás imaginó que yo
llevaba entre mis bolsillos el Santísimo Rosario de María... Y ante aquella
señal hasta el más poderoso espanto se inclina. Así fue como lo doblegué y lo
azoté con la correa de mis pantalones...”.
-
¿Y el duende lloró? Preguntó preocupado Félix. “Que yo si lloro cuando mi mamá me castiga”.
-
“¡Claro que lloró! Y Tanto, que me dio lástima, que lo dejé ir”. Repuso lleno
de orgullo don Salvador.
-
“¿Y qué hizo con el oro,
don Salva...?” De ipso facto, preguntó Franklin.
-
“Pues que voy hacer muchacho. Me llevé
lo que más pude y me puse una cantina enfrente de la Última Lágrima en Popayán... ¡Oh que vana competencia! hasta que me quebré de tanto tomarme el
aguardiente y me quedé sin un solo peso
como ahora”.
-
“¡buuu!” Exclamaron al unísono los niños.
-
“¡Ah! Pero así se vive mejor...” Dijo el viejo
Salvador, mientras se fue de espaldas sobre el sofá y se quedó dormido de la
rasca, boquiabierto y roncando como
una locomotora vieja...
Los dos niños salieron de la casa preguntándose
sobre si el viejo Salvador habría dejado parte de la riqueza en la olla, tal
como lo había dicho... y si tendrían oportunidad de ir por ese resto. Aquellos
pequeños aventureros no tenían otra manera de saberlo, más que comprobarlo por
sí mismos... Aprovecharon la oportunidad
de un gran arcoíris que se había formado hacia el oriente y partieron. No sin
antes llevar a Nerón y la camándula de la abuela del pequeño Félix... Caminaron
y caminaron sin detenerse detrás de la ilusión de la olla de oro y bajo la guía
lumínica de siete colores del arcoíris...
-
“Vaya que si está lejos el final del arcoíris.
Tanto que parece que caminara con nosotros”. Profirió Franklin.
-
“Incluso más... pues ya me duelen las
piernas y Nerón ya no quiere caminar”. Dijo Félix.
-
“¿No será acaso que el arcoíris es
infinito?” Cuestionó Franklin. “Pues en alguna ocasión, le escuché decir a mi abuelo: que aquel era una
promesa de Jehová, para no volver a destruir a los hombres de la tierra. Y Dios
siempre hace pactos infinitos ¿No crees Félix?”.
-
“Pues seguramente, porque ya no doy
más”. Respondió el trotamundos cansado.
El dialogo se fue extendiendo por el
camino, hasta que de pronto ante los ojos de los niños una olla blanca se hizo
visible. ¡Resplandeció como mármol!
-
“¿Qué es eso?”Preguntó asombrado Félix.
-
“No sé, parece una olla”. Respondió Franklin.
-
“¿Será la olla del
duende?”Volvió a preguntar Félix.
-
“Pues ha de ser, porque ya no veo el arcoíris.
Pero es muy pequeña y hasta está chiltada, es más, se parece a la bacinilla de
mi abuelo”. Contestó
Franklin.
-
“¡Diablos! Si que el viejo Salvador no nos dejó nada... se
ha llevado todo el oro. Tanto que la olla se ha encogido y hasta de desilusión
se ha ido el duende...”. Aseveró Félix.
-
“Pero eso si, el aliento si que lo
dejó, porque esa olla huele inmundo” Dijo Franklin. Escupiendo en el llano.
-
“¡Ah! Mejor vámonos a jugar a otro
lado...” Dijo Félix.
-
“¡Si!
A guerra de piedras... Porque el viejo Salvador no te dejó nada... Pido
el primer lanzamiento”.
Gritó emocionado Franklin...
-
“Eh, Pero a ti tampoco... y lo peor es que se llevó todo el oro de los Nazis, hasta los brazaletes,
cetros y coronas de Ramsés y Salomón y todos los dólares y euros... Para
malgastarlos en una cantina... Imagínate cuantos dulces y juguetes hubiéramos
podido comprar con todo ese dinero... Y
hasta un hermoso balón de fútbol”... Profirió Félix.
-
“Dijiste euros... ¿y por qué dijiste euros? Preguntó Franklin.
-
“Ah yo no sé... Mejor vámonos que ya
se ha hecho tarde...”. Respondió un tanto confundido Félix.
Así fue que los muchachos dieron por terminada su sin igual
aventura al oriente de un pueblo blanco, lejos del mar; pero mientras aquellos
partían del lugar, hacia otra nueva... Los
míticos años ochenta continuaban hablando del rey del pop; de Armero y del
terremoto de Popayán, de la visita del Papa Juan Pablo II a esta olvidada
tierra; de la derogación del estatuto de
seguridad del doctor Turbay, de la paloma de la paz de Belisario Betancourt y
de la toma y retoma del palacio de justicia; del narcoterrorismo de Pablo
Escobar y del premio nobel de literatura a García Márquez; de la perestroika de Gorbachov y de la caída del muro de Berlín; del proyecto
guerra de las galaxias de Ronald Reagan y porque no, de la olla de oro vacía de
un viejo ex-policía borracho y de un duende desaparecido...
FIN
[1] En la década de los noventa se
descubrió, tal como lo había pronosticado don Salvador diez años atrás, que los perros callejeros o criollos son los
únicos que guardan genes de los perros precolombinos... “Santiago Castroviejo, profesor
de biología en Universidad de los Andes, descubrió que a diferencia de que se
creía que los perros precolombinos estaban totalmente extintos, todavía
sobreviven sus características genéticas en los perros “criollos” o callejeros.
[...] Todo inició en el año de 1997 cuando los científicos Jennifer Leonard y
Carles Vilá, profesores de Castroviejo en Suecia, descubrieron restos fósiles
en Alaska de perros que eran genéticamente distintos a los de origen
Indoeuropeo. Estos canes americanos llegaron con grupos de humanos que cruzaron
el estrecho de Bering hace 15 mil a 25mil años”. (Elespectador.com).