LA PREVALENCIA DEL ALMA
“En respuesta Jesús les dijo: “Demuelan este templo, y en tres días lo levantaré” [...] Mas él hablaba acerca del templo de su cuerpo”. (Juan 2, 19, 21).
Hermanos en la Luz de Jesucristo: indefectiblemente es menester nuestro abrir los ojos a la Luz, ver más allá de la penumbra que nos ata vilmente a la oscuridad del Dragón. Sentir desde la fe en Cristo que este mundo no nos pertenece... y que nosotros tampoco pertenecemos al mundo. Escuchemos el llamado del Cristo, escuchemos al Pastor de salvación: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna, y no serán destruidas nunca, y nadie las arrebatará de mi mano.” [1] .
El mismo Maestro Jesús nos dijo y nos advirtió del odio del Dragón hacia su Persona desde incluso aún desde el mismísimo antes de los tiempos, y a nosotros en el ahora, incluidos en él: “Si el mundo los odia, saben que me a odiado a mí antes que los odiara a ustedes. Si ustedes fueran parte del mundo, el mundo le tendría afecto a lo que es suyo. Ahora bien, porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo, a causa de esto el mundo los odia.”(Juan 15, 18-19). ¡El mundo es el Reino del espíritu de Satanás en todo su esplendor de maldad y de muerte!
Si nos aferramos demasiado a este sistema de cosas colapsarán nuestras Almas con él. En la actualidad del tiempo relativo somos como ganado del Dragón. Ahora bien hermanos, escuchen con atención: ¡siempre se ha dicho que Satanás busca nuestras almas, sin embargo, la Bestia no necesita de Ellas, es más, espera que se destruyan en el abismo de fuego y azufre en el final de los tiempos; a Él sólo le interesan nuestros cuerpos para poderse manifestar a su antojo en el mundo físico de leyes naturales y positivas! Recordemos, que las Bestias fueron creadas de espíritu y por ende, carecen de cuerpo. El reino de ellos es el mundo conceptual o virtual del los hombres y desde allí dictaminan sus leyes injustas... pero necesitan usurpar carne para actuar en el universo.
Ahora bien, el cuerpo y el alma son una unidad energética indisoluble; sin embargo, a través de una hipnosis colectiva, el Dragón nos ha convencido desde nuestra madre Eva hasta hoy, de ser cuerpos con vida arrojados en un sistema de cosas denominado mundo. Una infame relación Sujeto-Objeto-Mundo. O entidades psicofísicas en un ambiente objetivo. Sin embargo, cuando el Hijo de Dios se ofreció en sacrificio para liberarnos, por milagro de Dios se encarnó en el mundo... se hizo Espíritu-Energía y abrió las puertas del Cielo para sus ovejas. “Por lo tanto Jesús les dijo otra vez: “Muy verdaderamente, les digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido en lugar de mí son ladrones y saqueadores; pero las ovejas no les han escuchado. Yo soy la puerta; cualquiera que entra por mí será salvo, y entrará y saldrá y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y degollar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el pastor excelente; el pastor excelente entrega su alma a favor de las ovejas. [...] Nadie me la ha quitado, sino que la entrego de mi propia iniciativa. Tengo autoridad para entregarla, y tengo autoridad para recibirla de nuevo. El mandamiento acerca de esto lo recibí de mi Padre. ”[2]
Hermanos en la Luz de Jesucristo, que sean siempre nuestras Almas en Espíritu las que prevalezcan sobre el cuerpo. (Nuestras Almas en el cielo trascenderán las leyes físicas del universo; y por ende, en el cielo habrá absoluta libertad y amor en el Espíritu de Dios por Jesucristo nuestro señor. Amén) Oremos continuamente y pidámosle a Dios que nos de valor y fortaleza mientras sigamos sumidos en la penumbra de este mundo de leyes y opresión. Que sea nuestro sacrificio en la tierra nuestra salvación en el cielo. Recordemos hermanos que el cuerpo y el alma son una unidad indisoluble de energía; y sin embargo, será menester nuestro preferirla en el cielo y no en la tierra: “El que tiene afecto a su alma la destruye, pero el que odia su alma en este mundo la resguardará para vida eterna”[3] .
Félix M. de Óç.
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