EROS MUNDANO
VS
AMOR DIVINO
Siempre me hablabas de amor,
pero tenías miedo profanarlo…
Sabías que Dios significaba esa palabra
y que tan sólo nosotros podríamos manifestarla terrenalmente en su nombre.
Pero sabías que te deseaba incestuosamente.
Que te amaba con “lujuria”,
pecado capital,
ansia enferma de Adán a Lilith,
instinto de perro salvaje…
Y mi sexualidad de hombre se afianzaba en tu cuerpo…
más allá de una impostura.
Lejos de ataduras,
cilicios
y hábitos.
Transgrediendo pulpitos,
plegarias
y oraciones…
violentando castos ceremoniales católicos.
Entre tanto,
tú sabías que me necesitabas.
Que otro instinto lleno de “codicia” se aglutinaba entorno tuyo.
Como ánfora,
como cesta…
Y hacías brotar de él…
leche…
y pan…;
o estiércol…
proscripción prescrita por el Mendicante de Asís.
Entonces profanamos el amor[1].
Ya no fuimos más cuerpos gloriosos.
Transmutamos la fidelidad de Dios…
por la traición de la humanidad
y el preste diablo.
Recurrimos al sexo
y a suplir el afán de cada día.
¡Ah!
Mi buena mujer:
Dónde quedo el sentimiento idealizado,
romántico.
Nuestro gran amor trastoco visceral
y mundano.
¡Pero te ame más que a nadie lo confieso!
Por encima de lo terrenal
y lo prohibido.
¿Quizás te consumas en tu infierno por algo menos que un centavo?
Si amarte fue traicionar el amor,
bendito sea el amor traicionado.
Félix M. de Óç.
[1] “Ex mujer mía: de codicia y lujuria se formó nuestro engendro. Se le llamó Arkher y fue entidad psico-cinética, vástago de nuestra unión profana”.
Siempre me hablabas de amor,
pero tenías miedo profanarlo…
Sabías que Dios significaba esa palabra
y que tan sólo nosotros podríamos manifestarla terrenalmente en su nombre.
Pero sabías que te deseaba incestuosamente.
Que te amaba con “lujuria”,
pecado capital,
ansia enferma de Adán a Lilith,
instinto de perro salvaje…
Y mi sexualidad de hombre se afianzaba en tu cuerpo…
más allá de una impostura.
Lejos de ataduras,
cilicios
y hábitos.
Transgrediendo pulpitos,
plegarias
y oraciones…
violentando castos ceremoniales católicos.
Entre tanto,
tú sabías que me necesitabas.
Que otro instinto lleno de “codicia” se aglutinaba entorno tuyo.
Como ánfora,
como cesta…
Y hacías brotar de él…
leche…
y pan…;
o estiércol…
proscripción prescrita por el Mendicante de Asís.
Entonces profanamos el amor[1].
Ya no fuimos más cuerpos gloriosos.
Transmutamos la fidelidad de Dios…
por la traición de la humanidad
y el preste diablo.
Recurrimos al sexo
y a suplir el afán de cada día.
¡Ah!
Mi buena mujer:
Dónde quedo el sentimiento idealizado,
romántico.
Nuestro gran amor trastoco visceral
y mundano.
¡Pero te ame más que a nadie lo confieso!
Por encima de lo terrenal
y lo prohibido.
¿Quizás te consumas en tu infierno por algo menos que un centavo?
Si amarte fue traicionar el amor,
bendito sea el amor traicionado.
Félix M. de Óç.
[1] “Ex mujer mía: de codicia y lujuria se formó nuestro engendro. Se le llamó Arkher y fue entidad psico-cinética, vástago de nuestra unión profana”.
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