miércoles, 11 de agosto de 2010

MI RECONVERSIÓN A JESUCRISTO




LA CONVERSIÓN










Hermano Ómar
Lealtad y coraje

Dejadme contarte hermano mío, que a Dios gracias, mi identidad física por fin se perfeccionó en la energía psíquica (Hile-noética) de la Hile-cinética pura. Las llamas de la pasión y el hedonismo sirvieron de fragua a Félix M. de Óç en la Oscedi de su creación estética ¡Enhorabuena! soy la obra maestra de mis pulsiones primarias y corporales. A través de la espiritualización de los instintos he amado la vida secular y bohemia, me he hecho felicidad de carne, cebos y hueso ¡He sido feliz porque he amado la vida!



No obstante, hermano mío, los ejercicios espirituosos en compañía de Venus-Afrodita y Dionisio-Baco, que tanto bien hicieron en la construcción de mi pobre y vana identidad. Mi cuerpo estaba lleno de lujuria y mi mente esparcida en el alcohol. Era un pobre diablo en la oscuridad de su abismo Psicológico y por consiguiente, un miedo terrible circunscribió mi mente solitaria. Por vez primera fui consciente de mi pobre ser ante la nada. El Nihil-Absolutum me tragaba, la muerte se hacia de mi pobre ser. Era la angustia existencial, el grito al que tanto se teme.



Entonces comprendí porque Dios me habló aquella noche en sueños: “Yo caminaba en medio de unas infinitas tumbas que se alzaban hasta el cielo. Había nombres inscritos en ellas, ilegibles como la nada. Todo era soledad, y yo estaba solo en medio de ellas. No obstante, había sobre aquellas un cielo azul como una cúpula de iglesia y era infinito e irradiaba una paz sin igual y era la paz de Dios, de la vida eterna, de Jesucristo. Aquella paz me daba fuerza de estar rodeado de tanta podredumbre. Pues sólo eso hay en las tumbas, podredumbre, restos, mortecina. Entonces continué mi camino hasta llegar a la puerta de una pequeña alcoba. La habitación estaba desolada, salvo un roído escritorio, un cuaderno, una silla y un espejo. Me miré en el espejo y vi mi rostro descarnado. Entonces clame a Dios de cómo podía vivir así sin rostro y lloré y le suplique para que me matara, pues sólo en la muerte hallaba paz. Entonces Él me habló y me dijo: “Tu tiempo de morir aún no es tu tiempo. Tienes todavía una misión. Pero si quieres morir ya lo estás haciendo. Se te dará un hijo que te dará la fortaleza; mas la paz que buscas solamente te la daré Yo a través de mi hijo Jesucristo” . Entonces comprendí que aquella alcoba era mi tumba, que aquel dolor de no tener rostro, era la muerte de mi identidad física, pues ninguna tumba tenía nombre y el Nihil-Absolutum no reconoce a nadie. Que soy un ser para la muerte, pero que salvar mi vida sería mi última misión. Que mi identidad trascendente (mi Alma) sólo me la daría Dios a través de Jesucristo y el Espíritu Santo. Que debo sentarme a escribir para dar testimonio de la vida eterna a través de la palabra y que debo esperar un hijo que me de la fortaleza que Dios me prometió”.



Así fue mi hermano Ómar, que entendí que gracias al hedonismo positivo mi amor por la vida se hizo fuerte. Recordad que en algún tiempo llegué a creer que la nada era un alivio existencial, un paliativo al desconcierto de la absurda existencia del ser. Sin embargo, hermano mío, ahora comprendo que más allá de una identidad física y mortal como la de Félix M. de Óç., que ha vivido a plenitud la dimensión estética del hombre. Hay una substancia trascendente que reclama de nosotros nuestras almas. Pues, solamente llenos del Espíritu Santo es que podemos darle sentido al mundo, razón teleológica del universo.



En antes para mí existencia equivalía a vida. Hoy me doy cuenta que no, hermano mío, pues la existencia aun cuando infinita es inconsciente y la mente aun cuando consciente es energía, de hecho esta sometida al caos y a la entropía. El cuerpo y la mente del hombre son formas finitas de energía discontinua y susceptible de cambio. La mente que es como lo más elevado, es energía psíquica, no deja de ser materia en movimiento, substancia inmanente, penumbra en la creación de Dios, penumbra que implica la muerte. En tanto que el espíritu de vida es su luz, promesa, entrega de Amor por la creación.



Por eso nuestro deber es amar a Dios para que el nos ame y nos de vida eterna, esta es nuestra salvación. Nuestro cuerpo y nuestra mente son hermosos, pero están destinados a morir; no obstante, si queremos salvarlos debemos crear Alma Inmortal en el Espíritu Santo ¿Cómo? Amando a Jesucristo, creyendo en Él y en su promesa de resurrección. Recordemos que Alma Inmortal, cuerpo y mente serán una unidad perfecta con Dios en Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo.



Supervivencia y lúdica
Félix M. de Óç.

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