lunes, 14 de enero de 2013

LA OLLA Y EL DUENDE


La olla y el duende

Hace mucho tiempo... Por allá en la década de los ochenta. Cuando una cantidad de acontecimientos fulguraban en la historia de la humanidad, como fuegos artificiales en la noche del mundo... Dos niños, al otro lado del lugar, partieron juntos hacia una gran aventura al oriente de su pequeño pueblo blanco, muy lejos del mar... El objetivo: hallar el tesoro del duende al final del arcoíris, después de una mañana de lluvia inclemente, con sol al final de la borrasca. 

-         Dicen que al final del arcoíris hay una gran olla de oro custodiada por un duende. ¿Tú qué crees Félix?. Preguntó Franklin a su amigo de aventuras.    

-         ¡Ummm!  Pues no sé. Seguramente. Tal vez el viejo Salvador lo sepa, por qué no le preguntamos. Respondió Félix.

-         Sí, vamos.... Dijo Franklin.

Los dos niños llenos de incertidumbre fueron hasta la casa de su amigo, el viejo Salvador. Un ex-policía, medio alcohólico y fumador, que no era tan viejo como aparentaba; no obstante, los vicios lo camuflaban en una senilidad prematura. Además del humo y las borracheras, el veterano de la violencia política era conocido en todo el barrio por decir mentiras, o mejor, por contar historias con algo de poca verdad en sus palabras.

-         Buen día, don Salvador.  Saludaron los niños.

-         Buen día, no. Buena tarde, que ya son más de las doce. Repuso el viejo con su aliento a cerveza y cigarrillo, en un coctel asesino de alcohol y nicotina que se desplazaba por el aire contaminado todo a su alrededor. El viejo notó que los muchachos fruncieron el seño, como de asco, en el momento en que había abierto la boca...

-         Por eso nunca fumen ni beban porque la jeta se les vuelve fétida, como a mí....  Les habló con autoridad el viejo; luego de absorber una gran bocanada de humo y después de tragarse la mitad del vaso de cerveza que había en la mesa.   

-         Don Salvador. ¿Es verdad que al otro lado del arcoíris hay una olla de oro y siempre la custodia un duende? Preguntó Félix.

-         “¡Oh! Si, y es enorme. La olla mide entre dos o tres kilómetros de diámetro, es como un cráter pero lleno de riquezas. En ella hay miles de tesoros, desde el oro de los Nazis, hasta los brazaletes, cetros y coronas de Ramsés y Salomón. También hay euros... dije: euros... ¿por qué dije: euros...? (Se preguntó, extrañado para sí) ¡Dólares muchachos, muchos petrodólares es que hay allí...! ¡Ah! Pero el duende si que es malvado. ¡Je Je Je!... También es verde, como Roberto mi loro y tiene las patas torcidas como la vecina de enfrente y un sombrero enorme como mexicano, como el de Emiliano Zapata y el de este Pedro Infante (Emocionado miraba la carátula de un larga duración que se hallaba en la mesita de la sala)... ¡vaya que si es terrible ese duende! Sí hasta el mismo Tiro fijo le tenía miedo.
  
-         ¡Guau! Exclamó Franklin...

-         ¿Y cuándo estuvo usted allá, don Salvador? Preguntó Félix.  

 
-         Cuando era joven, muchacho... En una ocasión yo salía de permiso después de haber combatido en la república independiente de Quinchía Risaralda, al más temible bandolero de la violencia política en Colombia: ¡El Capitán Venganza! Mis amigos... Recuerdo que me retuvieron contra la pared de una cantina, él y veinte de sus lugartenientes, todos armados de fusil, revólver y machete; yo sólo tenía una granada...  y sin embargo, la aprisioné por la espoleta y le retiré el seguro esperando los disparos y que mi mano se abriera por la fuerza de las heridas de bala y el consecuente desvanecimiento, para luego provocar una gran explosión que derribara a mis enemigos.    
  
-         Si que eres valiente, policía. Me dijo, el bandolero, mirándome a los ojos. No mereces morir... Vete... Que hombres como tú solamente yo y Marulanda  Vélez... No hay más....

-         Así fue que una vez concluida mi misión de inteligencia en las zonas rojas en las riveras del río Cauca; viajé hasta una finca en Nariño, cuando me topé con la bestia de un diamante en la frente. Yo andaba con Orozco, mi fiel perro criollo....

-         ¿Qué acaso era chandoso su perro fiel, Don Salvador? Preguntó burlonamente el pequeño Franklin.

-          ¡Cómo que chandoso, cómo que chandoso! Muchacho tonto. Si mi  fiel Orozco era descendiente directo de los canes guardianes[1] del Señor de Sipán, provenientes del Asia septentrional, que con los primeros hombres, llegaron a América después de cruzar el estrecho de Bering. ¡Cómo que chandoso!

-         Perdone  la imprudencia de Franklin, don Salvador... y por favor síganos contando. Suplicó Félix.   

-         Vale hijo... y como les iba diciendo... Era de noche cuando la luz de mi linterna como claro de luna iluminó su diamante. La bestia se asustó y huyó por el bosque; no obstante, los ladridos de mi perro, yo estaba atemorizado y tal vez mareado por la fuerza del espanto... Llovía a cántaros... Pero que como yo era policía, había llevado una chamarra conmigo y una lona para protegerme del aguacero... Llovió toda la noche, muchachos... Yo me hallaba acurrucado junto a un árbol grande y frondoso, mientras mi perro me daba calor,  yo trataba de dormir y de reponerme del susto....    

En ese mismo instante el viejo Salvador irrumpió en una terrible tos que lo puso cianótico en pocos segundos.

-Don Salvador deje de fumar. Le dijo Félix. Si no lo hace por su salud al menos hágalo por sus pantalones, que están todos quemados por la ceniza.  

- ¡Ah ya cállate chiquillo! Y déjame acabar de contar mi historia, que no tengo todo el día...Exclamó el viejo Salvador, sin dejar de fumar ni beber.

- Bueno allá usted don Salvador.  Lo recriminó Franklin.

- ¡Ah tú también mocoso!  Si no se callan no les cuento nada. Amenazó el viejo un tanto irritado.  

Está bien, Está bien. No se enoje con nosotros,     don Salvador. Se disculparon los niños.   

Una vez recuperado el aliento, el viejo ex-policía, reinició su discurso. Miró alrededor de la sala de su casa, observó los cuadros de publicidad de gaseosas y de equipos de fútbol, se centró en uno en especial y dijo:

-         Verde, verde  como el Deportivo Cali. Así es el duende. Pero más pequeño que el enano Valladares. Pero hace un ruido espantoso como de diez mil tracto-mulas encendidas a la vez. Y sabe magia el sinvergüenza. Pues fue discípulo del Egregor Azael. Usa un gran sombrero, como les dije hace rato; pero por debajo de este esconde un cabello largo, liso y mono, como el de Brigitte Bardot. En ocasiones anda desnudo y en otras usa un vestido de piel de Minotauro; al estilo de los cavernícolas, como los Picapiedra. Dicen que la piel se la regaló Teseo y fue Ariadna la que le coció el ajuar. Lo cierto es que siempre se jacta de ese vestido... bueno, eso dicen...  Lo importante fue que todo ocurrió a la mañana siguiente del aguacero en la finca. Ya había salido el sol y se había formado un enorme arcoíris en el cielo. Yo aún estaba un poco empapado las corvas, pero me acordé del diamante y me fui en busca de él... Caminamos como mulas con mi perro Orozco, hasta que de repente nos topamos con el final del arcoíris y con la gran olla de riquezas. Entonces el duende se abalanzó sobre mi espalda y me arrojó al suelo... Mi perro también se abalanzó sobre el duende y lo alejó de mí, un poco. Fue una lucha encarnizada, los dientes de mi perro brillaban cual espadas, refulgían como metal acerado de damasco, pero finalmente el duende con un acto de birlibirloque inmovilizó a mi cancerbero guardaespaldas. No obstante, yo aproveche la situación y apercollé  al demonio por la nuca...

-         ¡Uy!  Don Salvador ¿Y cómo lo hizo?  Interrogó Franklin.

-         “Con astucia, mi amigo. Que al diablo solo se le vence con astucia. Esta pequeña bestia jamás imaginó que yo llevaba entre mis bolsillos el Santísimo Rosario de María... Y ante aquella señal hasta el más poderoso espanto se inclina. Así fue como lo doblegué y lo azoté con la correa de mis pantalones....

-         ¿Y el duende lloró? Preguntó preocupado Félix. Que yo si lloro cuando mi mamá me castiga

-         ¡Claro que lloró!  Y  Tanto, que me dio lástima, que lo dejé ir. Repuso lleno de orgullo don Salvador.     

-         “¿Y qué hizo con el oro, don Salva...? De ipso facto, preguntó Franklin. 

-         Pues que voy hacer muchacho. Me llevé lo que más pude y me puse una cantina enfrente de la Última Lágrima en Popayán...      ¡Oh que vana competencia! hasta que me quebré de tanto tomarme el aguardiente     y me quedé sin un solo peso como ahora.

-         ¡buuu! Exclamaron al unísono los niños.

-         ¡Ah! Pero así se vive mejor... Dijo el viejo Salvador, mientras se fue de espaldas sobre el sofá y se quedó dormido de la rasca, boquiabierto y roncando como una locomotora vieja...       

Los dos niños salieron de la casa preguntándose sobre si el viejo Salvador habría dejado parte de la riqueza en la olla, tal como lo había dicho... y si tendrían oportunidad de ir por ese resto. Aquellos pequeños aventureros no tenían otra manera de saberlo, más que comprobarlo por sí mismos...  Aprovecharon la oportunidad de un gran arcoíris que se había formado hacia el oriente y partieron. No sin antes llevar a Nerón y la camándula de la abuela del pequeño Félix... Caminaron y caminaron sin detenerse detrás de la ilusión de la olla de oro y bajo la guía lumínica de siete colores del arcoíris...  

-         Vaya que si está lejos el final del arcoíris. Tanto que parece que caminara con nosotros. Profirió Franklin.

-         Incluso más... pues ya me duelen las piernas y Nerón ya no quiere caminar. Dijo Félix.        

-         ¿No será acaso que el arcoíris es infinito? Cuestionó Franklin.     Pues en alguna ocasión, le escuché decir a mi abuelo: que aquel era una promesa de Jehová, para no volver a destruir a los hombres de la tierra. Y Dios siempre hace pactos infinitos ¿No crees Félix?.   

-         Pues seguramente, porque ya no doy más. Respondió el trotamundos cansado. 

El dialogo se fue extendiendo por el camino, hasta que de pronto ante los ojos de los niños una olla blanca se hizo visible. ¡Resplandeció como mármol!
-         “¿Qué es eso?Preguntó asombrado Félix.

-         No sé, parece una olla.   Respondió Franklin.

-         “¿Será la olla del duende?Volvió a preguntar Félix.

-         Pues ha de ser, porque ya no veo el arcoíris. Pero es muy pequeña y hasta está chiltada, es más, se parece a la bacinilla de mi abuelo.   Contestó Franklin.

-         ¡Diablos!  Si que el viejo Salvador no nos dejó nada... se ha llevado todo el oro. Tanto que la olla se ha encogido y hasta de desilusión se ha ido el duende....  Aseveró Félix.   

-         Pero eso si, el aliento si que lo dejó, porque esa olla huele     inmundo Dijo Franklin. Escupiendo en el llano. 

-         ¡Ah! Mejor vámonos a jugar a otro lado...  Dijo Félix.

-         ¡Si!  A guerra de piedras... Porque el viejo Salvador no te dejó nada... Pido el primer lanzamiento.   Gritó  emocionado Franklin...

-         Eh, Pero a ti tampoco... y lo peor es que se llevó todo  el oro de los Nazis, hasta los brazaletes, cetros y coronas de Ramsés y Salomón y todos los dólares y euros... Para malgastarlos en una cantina... Imagínate cuantos dulces y juguetes hubiéramos podido comprar con todo ese dinero...  Y hasta un hermoso balón de fútbol... Profirió Félix.  

-         Dijiste euros... ¿y por qué dijiste euros? Preguntó Franklin.

-         Ah yo no sé... Mejor vámonos que ya se ha hecho tarde.... Respondió un tanto confundido Félix.   

Así fue que los muchachos dieron por terminada su sin igual aventura al oriente de un pueblo blanco, lejos del mar; pero mientras aquellos partían del lugar, hacia otra nueva...  Los míticos años ochenta continuaban hablando del rey del pop; de Armero y del terremoto de Popayán, de la visita del Papa Juan Pablo II a esta olvidada tierra;  de la derogación del estatuto de seguridad del doctor Turbay, de la paloma de la paz de Belisario Betancourt y de la toma y retoma del palacio de justicia; del narcoterrorismo de Pablo Escobar y del premio nobel de literatura a García Márquez;  de la perestroika de Gorbachov  y de la caída del muro de Berlín; del proyecto guerra de las galaxias de Ronald Reagan y porque no, de la olla de oro vacía de un viejo ex-policía borracho y de un duende desaparecido...

FIN
    
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[1] En la década de los noventa se descubrió, tal como lo había pronosticado don Salvador diez años atrás, que los perros callejeros o criollos son los únicos que guardan genes de los perros precolombinos... Santiago Castroviejo, profesor de biología en Universidad de los Andes, descubrió que a diferencia de que se creía que los perros precolombinos estaban totalmente extintos, todavía sobreviven sus características genéticas en los perros “criollos” o callejeros. [...] Todo inició en el año de 1997 cuando los científicos Jennifer Leonard y Carles Vilá, profesores de Castroviejo en Suecia, descubrieron restos fósiles en Alaska de perros que eran genéticamente distintos a los de origen Indoeuropeo. Estos canes americanos llegaron con grupos de humanos que cruzaron el estrecho de Bering hace 15 mil a 25mil años. (Elespectador.com).  

LA HISTORIA DE LA BELLA ONDINA Y EL CENTAURO DE ÓÇ.




LA HISTORIA DE LA BELLA ONDINA Y EL CENTAURO DE ÓÇ.

“Mugroso ¿Sabes qué es lo bonito de dormir? El saber que puedo soñar contigo... y es lo más bello al despertar... T.Q.M.”.
Dayana

1.


En Edén...
Más exactamente en la isla de Óç.
Al otro lado de los confines del universo oscuro del demiurgo Samael.

El centauro Félix cantaba sus versos de amor a la hermosa Dayana,
princesa ondina de aguas cristalinas
y olas etéreas de mar...


 “¡Oh mi bella amada!
 Princesa ondina de cabello liso
y frio como cascada de hielo...
Ven sobre mi espalda a viajar sobre el agrimensor de esta ínsula...
 Tuya es,
como tuyo es mi corazón de poeta...
Ven conmigo,
 amada mía  
y lanzaré mi flecha al infinito...
 para que guie nuestro amor por el eterno sendero de frutas frescas que te ofrezco...”   

Así,
cada tarde la bella ondina subía al lomo del centauro
y juntos recorrían a plenitud toda la isla de Óç.

Eran felices...

2.

Hasta que un día la vampira Lilith oyó el canto del centauro...
Entonces sintió celos de la ondina.
Se llenó de ira
y envidia por tanto amor desplegándose entre la brisa del mar,
la playa
y la arboleda...
Se quejó ante su esposo el orate Samael para que raptara a la princesa
y la arrojara al mundo...

El demonio de tres nombres complació a su consorte.
Raptó a la niña
y la expulsó al séptimo cielo a la tierra de Yaveth.


3.


Entre tanto,
el centauro se enteró de lo que le había ocurrido a su amante
y con gran enojo
y coraje.
 Tomó su arco
y sus flechas...
Y desde la montaña más alta de toda la tierra de Óç.
Gritó portentosamente...
Y desafió a duelo al demiurgo opresor...
Mas éste ni siquiera le hizo caso.

Entonces el centauro Félix pensó en que hacer para rescatar a su amante del mundo...
Y no le quedaba otra cosa que lastimar al demonio por la espalda...

4.

Y el vate cantó:

“¡Oh malvada Lilith!
Me has robado el amor que siempre he tenido por mi niña...
Pero tú no sabes ni sabrás lo que es amar...
Porque siempre has sentido celos,
odio
y envidia.
 Pues tu consorte es el rey del desamor...
En cambió yo,
aunque mi amada no esté...
Desde mi soledad siempre la seguiré amando en el mundo...”        

Al escuchar esto Lilith se enfureció más
y cada vez más.
 Pues la vampira se había enamorado del poeta...
Y de sus canciones.

Entonces ávida de amor
y placer tomó la forma de la ondina.
Se arrojó a los brazos del centauro...
Y le hizo el amor estrepitosamente como una gran explosión de súper nova...
Y llegó la noche en el bosque...
y el Arkher nació de aquella doble traición.   

5.

¡Al enterarse de todo Samael estalló en ira!
  
6.
  
Félix el otrora pacífico poeta,
 decepcionado
y triste,
 se había enfrascado en la guerra contra los lapitas
y había sido capturado por Teseo.

Samael en venganza pagó el rescate del centauro
y en castigo por la afrenta lo arrojó al mundo...

Hoy en día el centauro Félix Rey de la isla de Óç. es un pobre gordo hipertenso,
medio poeta,
 soñador
y enamorado;
y la bella ondina Dayana...
 su primita hermosa a la que ama eternamente.

Félix M. de Óç.
(Imágenes bajadas de internet)