lunes, 28 de agosto de 2017

PRONTUARIO EVOLUTIVO DEL EGO 2



- “Te estás muriendo” –. Aquella voz surgió en medio de la lluvia y el goteo incesante sobre una tapa de aluminio. El hombre desesperado se levantó de la cama en busca del ruido. No obstante, el estrépito se hallaba tras la reja que los separaba física e inalcanzablemente, artilugio abominable que conforme incrementaba la lluvia, aceleraba su pulso cardíaco a un ritmo ineluctablemente asesino. El vacío en su pecho, la sudoración en su frente, el entumecimiento de los brazos y su mandíbula, aunados a la fatiga de varios días atrás, aumentaba sus latidos del corazón; mientras, la ensoñación de un agujero negro hacia presencia en su instante ante la muerte. Aún no era consciente de que tenía la edad del universo y que como tal, desaparecería en el frío inclemente y expansivo del espacio-tiempo, en el momento imperial de los agujeros negros, en plena evaporación de los mismos.

La lluvia cesó lentamente y el hombre poco a poco se fue calmando. Se sentó frente a la reja en un asiento abandonado de automóvil. La bulla sobre la tapa de aluminio, otrora a un ritmo frenético, ahora marcaba una lentitud que daba sueño. El hombre cabeceaba mientras su respiración se detenía. Pasaron unos cuantos segundos más y finalmente se desgonzó sobre sí… murió. Pero antes de morir alcanzó a susurrar algo al silencio: -“La vida eterna es hermosa siempre y cuando exista un lapso de descanso”-. Tan sólo un periodo de cincuenta mil millones de años luz que para un estado de inconsciencia equivale a un pestañeo. 

Si bien y ante la forzosa presencia del observador; o sea, de él mismo, el colapso de función de onda se hizo inevitable y de la radiación emergente de la singularidad en el vacío del espacio-tiempo (todo de energía psíquica), afloró una pequeña partícula con toda la información del universo contenida en ella, y tal como la anterior primigenia, explotó en un nuevo Big-Bang del que nació otro universo sin omitir ningún estadio evolutivo.

La evolución material, biológica, cultural, político-económica, tecnológica, histórica, ontológica y trascendental; así como sus correspondientes unidades evolutivas: Onda/Partícula, Mente/Cuerpo, Pensamiento/Lenguaje, Ideología/Estado, Ingenio/Técnica-Artefacto, Voluntad/Conducta-Hecho, Esencia/Existencia y Espíritu/Dios   se manifestaron externa e introspectivamente en aquel niño que nació nueve meses después de aquel mutuo orgasmo de sus padres, y de presenciar tácitamente y cara a cara, cual pequeño observador, el Big-Bang conque se originó el cosmos.

El orgasmo y el Big-Bang para este caso eran prácticamente lo mismo, eran la causa de su existencia… una gran liberación de energía y la respectiva expansión cósmica a la luz de una conciencia absoluta… más allá del circulo vicioso de la metempsicosis de los antiguos hombres y nuevos, redimidos por la mano salvadora del Vástago de vida, al otro lado de las regiones intermedias, en plena zona de luz celestial y energía pura. El niño detentaba en sí, sesenta y cinco mil millones de años luz de evolución. Para él, el tiempo era una paradoja y tan solo su conciencia inmortal le daba sentido al reloj del universo.

De ahí, que la conciencia del ser se desarrolla a nivel cuántico, introspectivamente en un espacio-tiempo infinitesimal, energético, capaz de contener en sí mismo el universo entero macroscópico, clásico y relativo (jurisdicción cuántica). No obstante, el poder interior del ser está dentro de los límites del deber ser externo del universo; o sea, el poder de nuestra conciencia, nuestra libertad con respecto al algo de la conciencia universal, control social, ley natural o libertad de los otros (jurisdicción clásica). Ambos, poder y deber, libertad y ley coexisten en una balanza que garantiza el equilibrio; sin embargo, cuando se rompe dicha estabilidad, sobreviene el sufrimiento personal o masivo, dependiendo de cual lado sea la causa del desbalance…

Dicho en forma breve, el niño se proyectaba en todo, era como la parte de un gran holograma. Era una onda de luz en el vacío, un bit en el ciberespacio, una nebulosa, una explosión de súper nova; pero también era una planta, un perro, un celacanto, una idea de otro hombre, una ecuación matemática, un autobús en una autopista desolada, una fuga en pleno ascenso a cien metros de la meta, un gol de chalaca a falta de siete segundos para terminar el partido de la final del campeonato mundial de fútbol,  un imperio y una pequeña nación pobre en la cima norte de Sur América. Era todo, pero sobre todo era Él, ahora de siete años. No obstante, era Él, el que es, el mismo que siempre ha sido, dormido o despierto, vivo o muerto, pero al fin y al cabo era Él.  El ser, el dios, el hijo de Dios, el universo siempre emergente e inscrito en un continuo vórtice ascendente de evolución infinita, una vida inscrita en el tejido existencial del ser… una hojita y a la vez, el árbol de la vida…


Félix M. de Óç.