sábado, 30 de octubre de 2010

EL NUEVO SER





EL NUEVO SER


“Y él les dijo: ¿de quien es esta imagen e inscripción? Dijeron de César. En seguida les dijo: Por lo tanto, paguen de vuelta a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” [1].



Hermanos en la luz de Dios: el hombre subsiste entre sus demonios psicológicos y las virtudes humanas, así como con sus sentimientos y manifestaciones externas de fe. Tal tridimensionalidad de vida puede desequilibrar su existencia en cualesquier conducta según la facultad psíquica de predominio en su ser. Así por ejemplo: un individuo puede ser bohemio cuando su ser genital hala hacia la tierra y priman en él los instintos de su cuerpo como volcán activo hedonista de lava ardiente y fuego interior de sexo y hambre de placer animal. Diríamos entonces que el hombre se puede reducir a bestia salvaje, a sátiro sin control. “Que la fornicación e inmundicia de toda clase o avaricia ni siquiera se mencionen entre ustedes, así como es propio de personas santas”[2].



Pero por otra parte en contra posición a la bestia humana, el hombre puede hallar en el flagelo del dolor y el distanciamiento social, un hilo débil que puede halarlo hacia el cielo, desde las santas manos de su ángel sempiterno: su alma o ser espiritual; mas sin embargo, el hilo es frágil como el viento, como brisa mañanera y las formas externas de divinización no progresan más allá de una devota oración. La manifestación del monje se reduce a castigo físico... su cerebro emocional se entristece... todo ascetismo es dolor... todo en él es sufrimiento. “También, no estén contristando el espíritu santo de Dios, con el cual ustedes han sido sellados para un día de liberación por rescate”[3].



Desestimando las dos conductas anteriores, queda el simple ciudadano positivo liberal o socialista, cuyas virtudes racionales hacen juego con el constructo ideológico en que se desenvuelve. La supremacía del intelecto figura como virtud primigenia, todo lo demás será absurdo, o simplemente objeto de estudio siempre y cuando se compruebe o produzca bienes materiales. El ciudadano positivo, puede ser sujeto individual o social, pero siempre reducido a esclavo de una idea, de una ideología, o de la satisfacción de una necesidad básica. “Sean esclavos con buenas inclinaciones, como a Jehová y no a los hombres”[4].



Por el contrario a las tres anteriores concepciones, el nuevo ser debe buscar un equilibrio entre su fuego interno del bohemio y el lamento del monje, aire que sopla para extinguirlo; además de la indiferencia del ciudadano enfrascado en producir riqueza o desarrollo social, pero siempre hallando como visión teleológica: la economía de sus Estados liberales o sociales.



En conclusión: el nuevo ser debe reconocer la existencia de su alma, de su ser espiritual en una evolución vertical y existencial con respecto a su evolución natural y horizontal (material, biológica y cultural). En otras palabras, el hombre y la mujer deben equilibrar sus entes psicosomáticos o psicofísicos con su par espiritual o alma, complemento extraordinario de la especie humana, pero siempre en torno a Dios... “a fin de que ya no seamos pequeñuelos, aventados como por olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza por medio de las tretas de los hombres, por medio de la astucia de tramar el error. Antes bien, hablando la verdad, por el amor crezcamos en todas las cosas en aquel que es la cabeza, Cristo. De él todo el cuerpo, estando unido armoniosamente y haciéndosele cooperar por medio de toda coyuntura que da lo que se necesita, conforme al funcionamiento de cada miembro respectivo en la debida medida, contribuye al crecimiento del cuerpo para la edificación de sí mismo en amor” [5]



La paradoja del buen creyente será por lo tanto hermanos: hacer de nuestra prisión en la tierra un paraíso celestial. Vivamos en paz y armonía con nuestras necesidades físicas y mentales, démosles satisfacción adecuada según las buenas costumbres, sin desconocer nuestro ser espiritual en Cristo, dador de vida y guía incuestionable a la verdad de Dios, a su luz en Espíritu Santo.

Félix María de Óç.





[1] Mateo 22; 20,21
[2] Efesios 5, 3
[3] Efesios 4, 30
[4] Efesios 6, 7
[5] Efesios 4, 14-16

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