viernes, 12 de noviembre de 2010

LAS CLASES DE HOMBRES EN EL HOMBRE



LAS CLASES DE HOMBRES EN EL HOMBRE

Hermanas y hermanos en la luz de Dios. Como pueden observar, el hombre sufre y goza de una triple naturaleza a causa de su desobediencia. De su inframundo corporal el hombre-bestia lucha por subsistir en el campo de batalla del hombre-normal que direcciona su energía psíquica o bien hacia su bestialidad o bien hacía su ángel sempiterno. De tal confrontación de fuerzas puede surgir ingenio de vida o de destrucción... La humanidad encausa su conocimiento para desentrañar la energía oculta en la naturaleza para bien o para mal según quién predomine en la batalla del hombre-normal. Como por ejemplo: la energía nuclear, que puede ser utilizada como fuente energética para movilizar a una ciudad, suministrar electricidad a hospitales, hogares y empresas o para destruirla y matar a sus habitantes desatando al Hades preso en una bomba atómica. El hombre puede ser entonces: Eros o Tanatos.


En un debate sobre la paz, Freud de manera pesimista argumentaba contra Einstein la imposibilidad de evitar en el hombre su tendencia hacia la agresividad por considerarla parte de la naturaleza humana; no obstante, también establece el progreso cultural del hombre civilizado como posible talanquera a sus instintos. Transcribo a continuación apartes del debate sobre la posibilidad de la paz[1]:


“Estimando señor Freud, (...) ¿Ese posible dirigir la evolución psíquica de los hombres de modo tal que sean capaces de resistir la psicosis del odio y la destrucción? Muy cordialmente suyo, Albert Einstein”.


“Estimado señor Einstein. (...) Se sorprende usted de que sea tan fácil excitar a los hombres a la guerra, y presume que en ellos haya algo -una pulsión al odio y la destrucción- que esté listo a acogerse a una instigación tal. No puedo sino coincidir sin reservas con usted. Yo creo en la existencia de tales pulsiones y en los últimos años he intentado estudiar precisamente sus manifestaciones. Presumo que las pulsiones del hombre sólo sean de dos tipos: las que tienden a conservar y a unir, a las que llamamos tanto eróticas (exactamente en el sentido en que platón usaba el término Eros en el Simposio) como sexuales (extendiendo intencionalmente el concepto popular de sexualidad), y las que tienden a destruir y matar. Estas últimas las agrupamos en la denominación de pulsión agresiva o destructiva. (...) Ahora bien: parece que casi nunca una pulsión de un tipo puede actuar de forma aislada; está siempre conectada (ligada, como decimos nosotros) con cierto monto de su contraparte, que la modifica a medias o, en ocasiones, subordina el alcance de esta última en determinadas condiciones. Así, por ejemplo, la pulsión de autoconservación es ciertamente erótica, pero ello no exime que deba recurrir a la agresividad para cumplir cuanto se espera. Del mismo modo, la pulsión amorosa, dirigida a los objetos, necesita un quid de la pulsión de apropiación si de veras quiere apoderarse de su objeto. La dificultad para aislar ambos tipos de pulsión en sus manifestaciones ha provocado que durante todo este tiempo no hayamos lograr identificarlas. (...) Es muy raro que el acto sea obra de un solo acto de pulsión, el cual por otra parte debe ser ya una combinación de Eros y de destrucción. (...) El placer de agredir y de destruir es, por cierto, uno de ellos. Innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman la existencia y la fuerza de los citados placeres. El hecho de que estos impulsos destructivos estén mezclados con otros, eróticos e ideales, facilita, obviamente, su satisfacción. (La agresividad social es una exteriorización del instinto de muerte) (...) Quisiera volver un momento más sobre nuestra pulsión destructiva, menos conocida de lo que requiere su importancia. Especulando un poco estamos persuadidos, en efecto, de que opera en todo ser vivo y que su aspiración es la de llevar a éste a la ruina, reconduciendo su vida al estado de la materia inanimada. Con toda seriedad se le adjudica el nombre de pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas vienen a representar los esfuerzos hacia la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión destructiva cuando, con la ayuda de determinados órganos, se dirige hacia fuera, contra los objetos. Por decirlo así, el ser vivo defiende su vida en cuanto destruye la ajena. No obstante, una parte de la pulsión de muerte permanece activa dentro del ser vivo, y nosotros hemos intentado derivar una serie de fenómenos normales y patológicos a partir de esta interiorización de la pulsión destructiva. (...) Para los fines inmediatos que nos hemos propuesto, de lo dicho anteriormente extraemos la conclusión de que no hay esperanza de poder suprimir las inclinaciones agresivas de los hombres. (...) Partiendo de nuestra mitológica doctrina de las pulsiones, llegamos fácilmente a una fórmula para definir las vías indirectas de la lucha a la guerra. Si la propensión a la guerra es un producto de la pulsión destructiva, es obvia la necesidad de recurrir a la antagonista de esta pulsión: el Eros. Todo lo que hace que surjan vínculos emocionales entre los hombres, debe actuar contra la guerra. Estos vínculos pueden ser de dos tipos. En primer lugar, relaciones que, pese a carecer de meta sexual, se asemejan a las que se tienen con un objeto de amor. El psicoanálisis no necesita avergonzarse si aquí se habla de amor, porque la religión dice lo mismo: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Ahora bien, ésta es una exigencia fácil de plantear, pero difícil de realizar. El otro tipo de vínculo emocional es el que se establece mediante la identificación. Todo lo que provoca solidaridad significativa entre los hombres despierta sentimientos comunes de este tipo. Las identificaciones. Sobre ellas reposa buena parte del equilibrio de la sociedad humana. (...) ¿Cuánto debemos esperar hasta que también otros se vuelvan pacifistas? No se puede decir, pero quizá no sea utópico esperar a que la influencia de dos factores (una actitud más civilizada y el justificado temor a los efectos de una guerra futura) pongan fin a las guerras en el porvenir. Por medio de que vías, si directas o indirectas, es algo que no podemos adivinar. Entre tanto, hay algo que podemos decir: todo lo que favorece a la civilización, trabaja también contra la guerra”.


Así las cosas, nuestra agresividad no debe ser enfocada hacia nosotros mismos ni hacia nuestros congéneres: la especie humana y por extensión al medio ambiente en que vivimos; sino todo lo contrario, la lucha debe ser ajedrecística, encausada no a matar al rey negro sino enjaularlo... domar la bestia para que nos sirva... sin desconocer su real importancia en nuestra supervivencia o evolución perpendicular en la tierra... no obstante, nuestro ser espiritual debe reinar existencialmente, o sea, de mil maneras siete veces: debemos ser seres humanos pero Hombres-Divinos o Ángeles a la vez. Esto es reconocer nuestra Alma liberada en Espíritu Santo, y que sea nuestra bestia una cicatriz, un recuerdo, una ínfima manchita en el corazón palpitante de vida Eterna. Nuestra evolución psicofísico-espiritual debe ser equitativa, armoniosa y estable en cada uno de sus niveles universales.


El hombre es la conformación energética, discontinua y susceptible de cambio elevada a creación por el Logos Divino. El Hombre-Divino es el ser existencial, el Zeus en cada uno, es la energía vital o Ángel de vida eterna, el Alma infinita en el cielo: “Porque cuando se levanten de entre los muertos, ni se casan los hombres ni se dan las mujeres en matrimonio, sino que son como los ángeles en los cielos”[2]. El Hombre-Normal, la discontinuidad: la parte con respecto del algo... y su extensión, la humanidad: el Poseidón Fenoménico... el barro, la brisa y la profundidad acuosa, incluso el Leviatán: “Y procedió Jehová Dios a formar al hombre del polvo del suelo y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente[3]... “Y quité el segundo sello y vi y observé al ángel del Agua. Y de sus labios fluía la Luz de la Vida y El se inclinó sobre la Tierra y le dio al hombre un océano de amor. Y el hombre entró a las aguas claras y relucientes. Y cuando tocó el agua, las corrientes claras se opacaron y las aguas de cristal se volvieron turbias y con lama. Y los peces agonizaban en la oscuridad inmunda y todas las criaturas murieron de sed. Y giré mi rostro con vergüenza[4]. Y finalmente el Hombre-Bestia, la susceptibilidad de cambio, el no ser debe ser su posibilidad de ser... el cambio implica la evolución natural y existencial del hombre. El equilibrio final entre el león y el ángel y el hombre. “Jesús dijo: Bienaventurado es el león que se convierte en hombre cuando es consumido por el hombre, y maldito es el hombre que el león consume, y el león se convierte en hombre[5].


Félix M. de Óç.

[1] La cita es tomada del Atlas Universal de Filosofía. OCEANO.
[2] Marcos 12, 25
[3] Génesis 2, 7
[4] Libro de las Revelaciones de los Esenios
[5] Evangelio de Tomás, versículo 7.

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