sábado, 3 de julio de 2010



AMOR POR LA MUJER


Hermano Ómar
Lealtad y coraje

Quisiera confesaros que al calor de Afrodita, flechazo de Cupido y lecho celestino de Eros, he amado de ocho formas distintas a varias mujeres en cuestión. Así:
Primero: El amor platónico nace de la unilateralidad venusina del niño. Es el amor solitario, simple, idealizado de la pareja que no existe pero se ama. Se eleva a la doncella a pedestal de oro, se la venera como reliquia santa, se la protege en sueños, pero ella jamás se da cuenta, nunca lo sabe, pues es nuestro secreto, nuestro arcano inalcanzable… estrella fugaz que se pierde en el horizonte y simplemente la dejamos pasar. Lloramos por ella pero ella nunca se dará por enterada.
Segundo: El amor romántico en cambio es correspondido, pero adolescente. Aquí se ama recíprocamente aunque alejado de toda pasión: un beso y un helado en plena lluvia hacen la diferencia, nacen los primeros versos y las primeras lágrimas en compañía de la pareja, el teléfono se hace infinito y las manos sudadas a la hora del crepúsculo nos recuerdan que debemos partir para vernos luego, mañana otra vez en el parque, en el cine o en la esquina de la casa de sus padres. Cualquier lugar será perfecto para hablar de amor en poesía.
Tercero: El solemne entre tanto implica obligaciones. Conducta ceremonial ante el estado y las instituciones sociales. Aquí ama el ético, responsable y ortodoxo señor de casa, hombre patriarca: pater familias del yus romano a su querida esposa.
Cuarto: El sexual o pasional es el afrodisiaco por excelencia o también el amor por el amor sin más espacio que el tálamo de eros: el mundo en su esplendor si fuera posible. Este es el amor de juventud, bohemio y pobre en dinero más sin embargo, recursivo y poderoso, bello, inagotable, sano, perfecto, rico en sexualidad y holocausto de amantes locos, libidinosos, vasallos del placer y el goce infinito. Amantes en todo sentido.
Quinto: El de lenocinio sin embargo, sólo funciona de manera pecuniaria o sea con dinero, se trafica por cuerpos hermosos y cálidos momentos de placer e ilusiones perdidas, pasajeras, sofistería. No hay en él obligación alguna, sólo fantasías sexuales, alcohol y de pronto drogas, derroche y sana vulgaridad. Es manifestación de onanismo puro.
Sexto: El concupiscente en cambio, es corrupto, pero único. Aquí el veterano don Juan se derruye por la colegiala inescrupulosa y adolescente, inocente niña sin corazón, lolita enamorada, prohibida, deseada en lo imposible, amada en la ropa, en el sillón, en la mente. En este gran amor el caballo viejo siempre pierde la batalla, porque como en el Platónico es uno solo el que se enamora, o sea el potro que habita el desgarbado rocín, que incuestionablemente se muere por la joven potranca.
Séptimo: El gitano también es unilateral. En esta clase de amor una de las partes ama mientras la otra simplemente se deja amar. No hay lugar para escuchar suplicas. El amor es leonino o “te acoges a mi manera de amar o te vas, pero nunca esperes que me quede contigo, soy gitano y por lo tanto libre. Y si me pones a escoger entre tu amor y mi libertad siempre ganará mi vuelo, nunca me cortarás las alas”.
Octavo: El otro distinto en cambio es idéntico a ninguno de los anteriores, es lo restante de tanto amar a las féminas, lo que quede sui generis de todo tipo, el rescoldo del gran corazón de Félix, su remanente amatorio.

Supervivencia y lúdica
Félix M. de Óç.

Imagen bajada de internet.

No hay comentarios:

Publicar un comentario