viernes, 23 de julio de 2010

LA PROMESA DE VIDA ETERNA


LA PROMESA DE VIDA ETERNA

Hermanos de ARKHER

1.
“De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Juan 8, 51). Interpretemos este pasaje del Nuevo Testamento como promesa cristiana de salvaguardar nuestra alma o conciencia de los cambios abruptos de la realidad esencial y formal del universo.
2.
A la cual Jesús denomina el mundo, o sea, la realidad objetiva y fáctica de circunstancias aleatorias, fenómenos físicos, dinero, enfermedades, problemas, injusticias; el mundo de la muerte, del Hades in-existencial, de la desilusión de un Zeus material, eterno e ilimitado pero inconsciente, de un Poseidón formal de infinitas transformaciones: devenir de la substancia inmanente. Que inclusive, el propio Salomón afirma del mundo material la posibilidad de in-existencia como solución final cuando dice: “Y felicité a los muertos que ya habían muerto más bien que a los vivos que vivían todavía. De modo que mejor que ambos (es) el que todavía no ha llegado a ser, que no ha visto obra calamitosa que se está haciendo bajo el sol” (Eclesiastés 4, 2-3). Una postura escéptica, triste, negativa del orbe secular; que mas sin embargo, el mismo Jesús suaviza, mengua o al menos presenta de alguna manera positiva, cual esperanza, al suplicar a Dios “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17, 15). Pues en el mundo también hay cosas buenas.
3.
Clave en el advenimiento de la conciencia, de la res cogitans, de la esperanza de un alma trascendental, porque la conciencia proviene de Dios y a Dios vuelve incólume, no obstante, se junta con el cuerpo para que se haga la vida en la tierra y Dios es vida, “porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (Lucas 20, 38) incluso las bestias salvajes.

4.
Y dijo jesús: “Salí del padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al padre” (Juan 16, 28). Porque la substancia trascendental es el ágora de la conciencia. Pero también, es inteligencia, comprensión, fe, sentimiento, imaginación, memoria, sensibilidad, inclusive instinto, porque todas las facultades psíquicas se agrupan en el espíritu del sujeto pensante como un logos, un lenguaje sagrado tal como Juan lo describe en el capítulo primero versículo uno del nuevo testamento: “En el principio era el verbo, (dice) y el verbo era con Dios, y el verbo era Dios”. Pero, también proclama en boca de Cristo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10, 30) y... “En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (Juan 14, 20). Eterno retorno de la conciencia a la substancia trascendental.
5.
En otro aparte de la biblia el sabio Salomón afirma: “y el Dios (verdadero) mismo continúa buscando aquello tras lo cual se sigue”. ¿Será la evolución de la conciencia? Gary Zucav, en su libro “El lugar del alma” plantea la evolución del espíritu en las siguientes palabras: “La personalidad y el cuerpo que la sustenta son aspectos artificiales del alma. Cuando al final de la encarnación del alma han cumplido sus funciones, aquélla les abandona. Llegan al final, pero no así el alma. Después de una encarnación, el alma regresa a su estado inmortal y eterno. Vuelve una vez más a su estado natural de compasión, claridad y amor infinito... Tal es el contexto en que se desarrolla nuestra evolución: la encarnación y la reencarnación continuas de la energía del alma en el campo físico, en nuestra escuela terrenal”.
6.
No obstante la fe en Dios, el verbo místico, el logos divino, la substancia trascendental. Miguel de Unamuno critica la posibilidad del alma como algo etéreo absoluto, inmortal no fenoménico y advierte de querer existir eternamente, pero además en el cuerpo de carne y huesos: “Todos los esfuerzos para sustantivar la conciencia, haciéndola independiente de la extensión -recuérdese que descartes oponía el pensamiento a la extensión- , no son sino sofísticas argucias para asentar la racionalidad de la fe en que el alma es inmortal. Se quiere dar valor de realidad objetiva a lo que no la tiene; aquello cuya realidad no está sino en el pensamiento. Y la inmortalidad que apetecemos es una inmortalidad fenoménica, es una continuación de esta vida”. Pero si la conciencia es interpretación de la realidad del universo en todas sus dimensiones, como palabra sagrada que es, como lenguaje místico; no solamente se puede volcar a la visión fenoménica del mismo. Debe necesariamente ampliarse en todo su esplendor. Mirar la luz de Dios y no solamente su sombra. En otras palabras, abrirse a la realidad, a la fe, al silencio: “esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo” (Juan 17, 3).
7.
Lo fenoménico es conocimiento físico. No obstante, Jesús también recriminó a los sacerdotes al quererle probar en cuanto a equiparar en valor lo secular y místico diciéndoles: “...Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20, 25). En otras palabras, la conciencia se extiende tanto para Dios como para el mundo. Pero lo más importante es la promesa de resurrección, entonces dijo Jesús: “... Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11, 25). De una cosa podemos estar seguros de que aun cuando la substancia inmanente, por efectos de la nada absoluta en la entraña del ser existencial implique la muerte, o sea la transformación inevitable de las cosas. Hay una substancia trascendente: el alma, la conciencia, el verbo inmortal que evoluciona pero no muere, que permanece en estado de paz y amor infinito, que nos garantiza ser felices para siempre... pero sobre todo, que implica la vida, o sea: la resurrección. Esa es la esperanza, la bendición de Dios. “El cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran” (Lucas 21, 33) prometió Jesucristo.

Félix M. de Óç.

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